¿Qué vamos a hacer?
Marcelo Torre
Cofiño
No se puede tener una auténtica política de Estado si no hay
una visión estratégica y sistémica de lo que ocurre en una nación y en cada una
de sus regiones. En política la forma es fondo y viceversa, por eso, una
declaración desafortunada en un tema aparentemente irrelevante puede dar al
traste con lo que se construye en carteras importantes como la economía.
Por ejemplo, dejar entrever el espíritu totalitario en lo que
se dice, no es una buena receta si lo que se busca es construir un clima de
confianza que sea atractivo para los inversionistas.
Se gobierna para todos por igual, pero es necesario reconocer
que algunos actores juegan roles más importantes en términos del devenir de
nuestro país. No se discute la igualdad en la dignidad de las personas, pero sí
se afirma –porque la evidencia así lo demuestra– que algunas acciones tienen un
mayor impacto en términos, por ejemplo, de la generación de riqueza y su
posterior distribución.
La preocupación por el clima de confianza no se reduce,
entonces, simplemente a tener contento a un grupo en particular. En el caso de
quienes invierten en el sector productivo, el afán por brindarles confianza
viene de su capacidad para generar empleos bien remunerados que benefician a la
totalidad de la población. No se trata de privilegiarlos, sí, de no
despreciarlos.
Estamos en un punto de la historia en que ninguna nación
puede prescindir de su iniciativa privada, todo lo contrario, existe una gran
necesidad de que a los sectores productivos les vaya bien como casi la única
fuente que tiene un país para construir condiciones de bienestar.
Por eso las políticas en general deben considerar la manera
en que los inversionistas interpretarán las acciones de Gobierno, porque si por
descuidos se crea un clima de nerviosismo, entonces, se ahuyentan a los
capitales y todos y cada uno de los habitantes deberán pagar las consecuencias
negativas de la falta de inversión y de crecimiento económico.
Observar con desdén o peor aún con desprecio a quienes a
través de sus inversiones productivas generan riqueza y empleos es muestra de
una profunda irresponsabilidad, como también lo es la no consideración de los
sectores productivos en el diseño y ejecución de las acciones de Gobierno.
Es cierto que no se puede gobernar de espalda a la inversión,
pero los empresarios y muy particularmente los pequeños y medianos, son parte
de ese ente al que se deben destinar las acciones y decisiones de quienes
gobiernan.
Es claro que las autoridades no están para cumplir los
caprichos de determinado sector, sin embargo, tampoco deberían estar para
cumplir los propios antojos, porque el poder debe ser utilizado para servir y
no para aprovecharse de él. Las palabras pueden ser muy bonitas y convencer
incluso por largo tiempo a muchos. Sin embargo, más tarde que temprano van a
ser las acciones las que realmente construyan la imagen de un Gobierno.
Hoy estamos comenzando a pagar el precio de no tener en
cuenta a los grupos empresariales a la hora de decidir. Los múltiples descuidos
en lo que se declara y en las acciones que se toman han creado un clima que se
experimenta como adverso para la llegada de capitales productivos. La economía
ya está oficialmente en recesión. Y la pregunta obligada es ¿qué vamos a hacer?