Cuestión de crecimiento
Marcelo Torres Cofiño
Los programas asistenciales no sacan a la gente de la
pobreza. La historia así lo ha demostrado. En el mejor de los casos los apoyos
permiten que las personas con carencias subsistan. Pero mantenerse a flote no
es lo mismo que prosperar. Para mejorar las condiciones de vida de manera
sostenible hacen falta empleos, muchos empleos.
El asunto es el efecto multiplicador. Los programas
asistenciales no generan riqueza, sino que reparten la ya existente. Si se hace
con pulcritud y transparencia, los recursos destinados llegan efectivamente a
manos de los más necesitados. Pero si interviene la corrupción, entonces se
pierde en fines menos nobles como el acarreo de beneficiarios a los actos de
los políticos, como sucedió hace unos días en nuestro estado y como ha ocurrido
demasiadas veces en el pasado en México y en otras partes de mundo.
La corrupción tiene niveles, por supuesto, por eso de vez en
vez aparecen casos como la Estafa Maestra que nos recuerdan hasta dónde puede
llegar la perversión de quienes han decidido hacer un mal uso de los programas
asistenciales. Algunos de los responsables de “distribuir el bienestar” han
entendido de manera muy clara eso de que el que reparte se queda con la mejor
parte: los únicos ganadores de su gestión han sido ellos.
Insisto que, incluso cuando los programas sociales son
ejecutados a la perfección, no generan riqueza. Pero cuando hablamos de crear
fuentes de empleo la cuestión es muy distinta.
El dinero que reciben como sueldo los trabajadores es una
parte de la utilidad generada por la actividad productiva que realiza. Entre
más personas en una sociedad generan bienes y servicios, mayor es la riqueza
existente, lo que mejora las posibilidades para una vida más próspera para todos.
Entiendo muy bien a quienes señalan la inconveniencia de que
la riqueza se concentre en unas pocas manos. Lo que no comparto es la idea de
que nadie gane más, para que los más ricos no sigan incrementando sus fortunas.
Lo que nos debe molestar no es la riqueza de los demás, sino la pobreza de las
mayorías.
El problema no son los que tienen sino los que no. Por eso
hay que darles herramientas para ser cada vez más productivos y abrir las
oportunidades para que demuestren sus capacidades y desplieguen todo su
potencial.
No se trata solo de reciclar el cuento aquel de “enseñar a
pescar”. En este punto de nuestra historia ya deberíamos saber que crear una
dependencia hacia el Estado es incumplir con la razón fundamental de su
existencia
Las instituciones deben servir a los seres humanos, pero no
es limitando su desarrollo que eso se logra. Todo lo contrario, entre mayor
autonomía logren los miembros de una sociedad mejor habrán cumplido con su
papel las organizaciones públicas.
Por eso vuelvo a pedir que abandonemos el aparente atajo en
el que nos hemos extraviado y que nos vayamos por la única ruta segura: la
creación de empleos. Todo el entramado institucional debe estar dispuesto para
ese fin..
Necesitamos que cada mexicano se ocupe y produzca. Urge, además,
que lo haga dentro de la economía formal. Es cuestión de crecimiento; que, por
cierto, sí es importante.