Periódico 4º. Poder
(Facebook)
Con el atentado sufrido por el alcalde de Valle de
Chalco del Estado de México ayer, otra vez se crea confusión informativa pues
mientras en unos medios se anunció de manera precipitada su fallecimiento, en
otros se comunicaba que el alcalde, grave, seguía vivo.
También se muestra la poca protección personal que
tienen los presidentes municipales, quizás queriendo seguir el ejemplo del
presidente de la república que poco se protege y dice -como el muchachote de
las películas viejas- que el que lucha por la justicia nada tiene que temer y
que a él lo cuida la gente.
Al alcalde morenista Francisco Tenorio Contreras le
falló “esa gente protectora” y no sólo esta, sino sus propios escoltas que, sin
ninguna estrategia de seguridad, iban en el mismo automóvil y también
resultaron lesionados por las balas que les dispararon desconocidos desde otro
vehículo y sin cruzar palabra, según la primera versión.
Los alcaldes ahora tan molestos porque no los
recibió el presidente y luego porque los dejaron plantados (por dos horas
completas) los funcionarios federales que iban a escuchar sus quejas y
demandas, ahora tendrán que distraer recursos para protegerse aunque no haya ni
para construir una banqueta o cambiar un foco del alumbrado público.
Pero mucha culpa la tienen los propios munícipes
que históricamente se han despachado con la cuchara más grande y profunda como
ocurrió en la pasada administración de Lerdo y que hasta la fecha, el gobierno
del Estado, el Congreso local y la Fiscalía Anticorrupción, le han hecho a los
responsables de los desvíos lo que los suaves vientos templados y acariciantes
le hacen al Benemérito de las Américas.
Luego se supo que los sicarios le pidieron al
alcalde tomarse con él una fotografía y la ingenuidad o la vanidad del
presidente municipal lo hicieron aceptar y después de tomársela, uno de ellos
le pidió “un aventón” y luego sacó su arma y les disparó, primero al secretario
particular y luego al alcalde dándole igual que a Rosita Alvirez nomás tres
tiros.
Mucho hay de raro pues nadie puede explicarse cómo
un funcionario que había sido amenazado de muerte, se ofrezca a subir a su
automóvil a un desconocido.