En el peor momento y en
las peores manos
Marcelo Torres
Cofiño
La crisis económica producto de la pandemia de
Covid-19 era inevitable. Como casi todo el mundo, México estaba destinado a
sufrirla y a resentir sus impactos. Sin embargo, con una conducción del país
medianamente decente el golpe habría sido menor; en cambio, será mucho peor que
para la mayoría de las naciones en el mundo y nadie puede alegrarse de que eso
vaya a ocurrir de esa manera. Aquí, no hay ningún “anillo” para el dedo de
nadie
En este momento, la duda ya no es si la economía
mexicana se contraerá, sino qué tanto lo hará. No se sabe, además, cuándo podrá
comenzar la recuperación que, de todas maneras, será sumamente tortuosa;
porque, además, ocasionará un mayor deterioro en el tejido social.
No es solo la economía del país la que se está
desquebrajando, sino que todos los ámbitos de la vida en México se verán
afectados.
Que ya hemos vivido crisis en el pasado y que de
una u otra manera nos hemos logrado recuperar, es algo que es relativamente
cierto.
Como suele ocurrir, detrás de una caída del PIB
viene un “efecto rebote” que, si bien no significa la recuperación total, sirve
para salir de la urgencia. Sin embargo, hay una diferencia muy grande entre lo
vivido, por ejemplo, en 2009 con la crisis financiera global y lo que
experimentaremos ahora: la confianza en el Gobierno.
No es un asunto de apreciación personal. Basta con
observar que el Gobierno mexicano está teniendo que colocar sus bonos de deuda
comprometiéndose a pagar hasta el doble de intereses que los que pagan países
como Brasil, Chile, Colombia o Perú. Y ya ni hablar de la opinión de las notas
que le colocan a México o a Pemex las calificadoras, ni de la fuga de capitales
extranjeros. Todas ellas son pésimas señales por más que quieran disfrazar la realidad
con sus “otros datos”.
La caída del empleo es también brutal. Todo apunta
a que la crisis costará, cuando menos, unos 900 mil puestos formales. Y no
habrá manera de que se recuperen el año que viene.
Es grave, además, que algunos de los empleos que se
perderán son plazas dentro del mismo Gobierno federal, que nada más el año
pasado dejó sin empleo a unas 150 mil personas. Y no, es falso que todas fueran
“aviadores”, como también lo es suponer que su despido no ha impactado de
manera negativa el desempeño gubernamental.
Alegarán, por supuesto, que se debió a la política
de austeridad. Sin embargo, una revisión a la cuenta pública de 2019 demuestra
que lo ahorrado en el rubro de gastos administrativos que incluye el pago de
sueldos y salarios es apenas el 2% de lo aprobado por el Congreso en la Ley del
Presupuesto.
Más grave todavía, el Poder Ejecutivo federal tenía
asignado un presupuesto de 4.36 billones de pesos, pero terminó gastando 4.44
billones. Y no se sorprendan, no fue en inversión pública, pues para ese rubro
el Gobierno federal destinó 6.4% menos de lo aprobado y 19% menos con respecto
a 2018 en términos reales.
Con semejantes cifras resulta más que clara la
razón por la que el año pasado no hubo crecimiento del PIB. Pero, también,
porqué la economía mexicana se precipitará más allá del 3% del promedio global.
Estamos lamentablemente en el peor momento y en las peores manos.